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domingo, 17 de octubre de 2010

La Virgen del Pino y El Pino de Canarias



Bajo las nubes luminosas, está el claro azul del cielo. Es el mismo azul sobre todos los caminos.

Estos caminos de Gran Canaria, que apenas se inician en la altura de los montes, buscan el declive para entrar en el azul del mar. Desde la montaña cuelga la ladera, y allí, junto al pasto seco de verano, corre el camino bajo el pié ligero. El día pasa por las montañas: ocho de Septiembre en Gran Canaria. Caminos de alegre fiesta, exaltados en fuerzas cálidas y fugaces.

Los pueblos de la Isla se animan bajo el fuego del sol. Hay claridades de luz y claridades de vivir. Las montañas reverberan y el fuego del basalto llena la extensión luminosa de los caminos. Se curvan los ojos al mirar en la altura, y las voces suenan cadenciosas junto al fuego de la tierra. Cada voz se aleja por su eco... busca un contenido de voz lejana... ¡Allí está un sentir! Es que la voz interna llena el paisaje. Voz en la perspectiva agreste.

Corre ágil el mirar. Violencia flexible del cuerpo marea el salto en aire de alegría. Gran Canaria está toda en sus caminos: va a celebrar en la Villa de Teror la fiesta del árbol excelso, santificado en la presencia de la Madre de Dios del Pino.

El Pino de Canarias. ¡Árbol admirable sobre las rocas atlánticas! Unido al sentir de la tierra halla su fuerza por el sobrio vivir en el basalto.

Las montañas de Canarias, frente al fuego de los desiertos africanos, saben dar temple en la vida de las rocas a la fibra poderosa de sus pinos. El rojo dorado de la tea llena la vida de Canarias. Nuestro pueblo ha sabido vivir en la sobriedad generosa de la madera de los pinos.

Cuando la Isla quiso hallar en sus propias fuerzas las relaciones espirituales y materiales de la vida, se unió al Pino como un sentir invencible, para que le diese ensoñación de alma y unidad de pueblo. El maderamen de las casas primitivas destilaba la resina olorosa de la tea en el interior de los hogares, y todo quedaba impregnado en la pura esencia de los pinos.

Aquella vivienda de Canarias, sobre el altozano, junto a la brisa, era y es así: la pared de piedra seca sostiene la tierra en la ladera para formar, en trazo llano, el patio de lajas y el huerto. Aquí está la casa: bajo un techo de pino y tejas rojas, cuatro paredes blancas. Una pared abre la puerta junto al patio; otra pared abre la ventana sobre el camino; entre otro lienzo de pared blanca y el lienzo de blanco lino, que divide el interior de la casa, se esconde la cama en que se forma la familia; y al otro lado, sobre el bargueño de tea, la estampa de la Virgen del Pino; en esta pared está el sentir del hogar. La Madre de Dios del Pino, siempre en el silencio de la súplica. Si la casa está triste, rogará la voz, y desde el interior de la vivienda se sentirá que el milagro hace posible la vida. La necesidad ha sido satisfecha. La familia se halla asistida mas allá del límite de sus fuerzas, y ve que lo sobrenatural sostiene el hecho visible del orden natural.

Es el optimimno de unas fuerzas que actúan en ideales. El canario resuelve su problema espiritual y dentro de él se siente alegre, humilde y bueno. No se atreve a pensar. ¿Para qué?... Ha creado la advocación de la Madre de Dios del Pino, y vive feliz en esta bella ensoñación del alma.

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