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lunes, 18 de octubre de 2010

La Iglesia de San Francisco de Asís de Las Palmas de Gran Canaria

El templo de San Francisco de Asís, se alza en el costado Norte de la Alameda de Colón de esta ciudad canaria. En la creación de esta parroquia concurrió una insólita circunstancia: la iniciativa, el impulso para establecerla no fue eclesiástico sino que partió de la Autoridad civil, concretamente de los munícipes capitalinos.

El 18 de julio de 1821 los ediles del Ayuntamiento constitucional de Las Palmas de Gran Canaria solicitaron del Cabildo Eclesiástico, sede vacante, la creación de una parroquia en la iglesia de San Francisco. El Cabildo accede y así, de la mano de un ayuntamiento liberal, nació esta nueva circunscripción eclesiástica. No fueron fáciles los primeros años de su andadura. Las luchas políticas entre liberales y absolutistas repercutieron desfavorablemente en la vida de la incipiente parroquia, que no se consolidó hasta 1840, con la decisiva intervención del enérgico obispo don Judas José Romo y Gamboa, que la puso bajo el patrocinio de San Francisco de Asís. Pero cuando fue creada la parroquia, la iglesia que la acogía ya contaba con varios siglos de historia. Este templo formó parte, en sus orígenes, del convento fundado por la Orden franciscana en la última década del siglo XV, recién rematada la conquista de Gran Canaria por las tropas castellanas, y en terrenos cedidos por Juan Rejón en las proximidades del Guiniguada.

El emplazamiento de aquel convento era paradisíaco; no parece posible que fuera el mismo lugar que hoy vemos prisionero del cemento y castigado por el tráfico.

Según el plano trazado por el ingeniero cremonés Leonardo Torriani, que puede fecharse sobre el año 1590, la iglesia y el conjunto conventual se extendía desde la plaza de San Francisco al callejón de Orihuela (hoy Maninidra), y desde la calle General Bravo a la de Primero de Mayo, incluyendo ésta y las casas situadas en la acera del Poniente. La huerta se iniciaba a partir de la línea de la desaparecida portería, en las proximidades de la espadaña, y llegaba hasta la bajada de San Nicolás, recorriendo las traseras de todas las casas situadas en la calle del Doctor Domingo Déniz, que en el siglo XVII era conocida por callejón de Santa Clara. Inmensa parcela, mitad rústica y mitad urbana, en la que había sitio holgado para iglesia, claustros, celdas, refectorio, cocinas, graneros, bodega, enfermería y hasta para una hospedería, en la que podían alojarse los frailes de otros conventos de las islas, que venían a Las Palmas de Gran Canaria a gestionar y resolver asuntos. En el siglo XVII contaba con una comunidad de cincuenta religiosos.

Sobre parte del solar del que fuera antaño convento franciscano y después cuartel de Infantería, se alza hoy el Conservatorio de Música de Las Palmas de Gran Canaria.

Sobre la construcción de la iglesia y convento de San Francisco existe muy poca información documental. Primero, el incendio provocado por las tropas de Van der Does, del que me ocuparé enseguida, y después la desamortización de los bienes de la Iglesia, en el pasado siglo, destruyeron o dispersaron los protocolos del archivo conventual, dejándonos casi sin noticias del esfuerzo llevado a cabo por los frailes menores para alzar su monacato.

De todas formas, por lo que respecta al templo, parece que las obras no debieron comenzar antes de 1518. En este año, el 10 de abril, el comisario del convento y otros frailes de su comunidad convinieron con el sevillano Pedro de Llerena la construcción de la iglesia y capilla mayor, actuado de fedatario el escribano Cristóbal de San Clemente. También en el año 1518 el ya citado escribano intervino en otro pacto suscrito por el padre comisario y los comerciantes genoveses avecindados en Las Palmas de Gran Canaria, en virtud del cual la comunidad de frailes concedía a los miembros de la colonia genovesa el derecho a ser enterrados en la capilla mayor.

Como contrapartida éstos aportaban ciertas sumas para la edificación de dicha capilla. La colectividad genovesa fue numerosa y prepotente. En torno al negocio del azúcar se hicieron importantes fortunas y en la isla arraigaron familias como las de Lerca, Riberol (antiguos propietarios de la Virgen de Guía), Espinóla (antiguos propietarios de la Virgen de la Cuevita), Salvago, Cairasco, Sopranis, Imperial, etc. La relevancia social alcanzada por este grupo de grandes propietarios y comerciantes explica el deseo de poseer un enterramiento privilegiado en el mismo centro de la capilla mayor de la primera iglesia conventual de la ciudad.

Su vanidad quedaba bien servida con las estipulaciones hechas con la Orden Seráfica. La configuración, la planta de aquella primera iglesia tuvo forma de cruz latina. La nave central y las capillas laterales que formaban los brazos aparecían cubiertas con techumbres mudejares y, sin duda, debió poseer magníficos retablos y otras estimables obras de arte, costeados por los acaudalados patronos de las diferentes capillas.

Los vecinos de la entonces pequeña ciudad de Las Palmas de Gran Canaria vivían en permanente sobresalto por temor a los ataques piráticos. Ya habían padecido uno importantísimo en 1595, perpetrado por Drake, y cuatro años después, en 1599, volvieron a tocar las campanas a rebato al presentarse en el litoral, el 26 de junio, una impresionante flota compuesta por setenta y cuatro naves de alto bordo y numerosas embarcaciones menores, al mando del almirante Pieter van der Does. Unos diez mil hombres, entre infantes y tripulación, integraban la dotación de la armada holandesa. Lograron vencer las defensas de la ciudad y tomarla por asalto. En ella permanecieron siete días y tras un grave descalabro sufrido por los invasores en el Monte Lentiscal decidió el almirante evacuarla, con el botín capturado, e incendiar sus edificios más importantes, entre ellos el convento de San Francisco.

Por ser el cenobio franciscano el último al que se le prendió fuego pudo ser atajado éste por el esfuerzo de los frailes y del vecindario, que regresaron a la ciudad al ver que el enemigo huía hacia las playas de Santa Catalina. No obstante la pronta intervención quedó destruida la iglesia y dañada una parte del claustro conventual.

Fueron de tal magnitud los daños causados por los holandeses en la iglesia de San Francisco que su reconstrucción escapaba de la capacidad económica de la comunidad de menores. Entonces acudieron en su ayuda los patronos de las capillas y las congregaciones con sede en el templo. La primera reconstrucción de la que se tiene noticia iba a ser la llevada a cabo, en su capilla, por don Bartolomé Cairasco de Figueroa, que comenzó sobre 1610. Pocos años después hicieron nuevas aportaciones los componentes de la comunidad de genoveses para reedificar su capilla; luego siguieron la Orden Tercera, la cofradía de San Antonio y otras.

En la reconstrucción de la iglesia se propusieron los frailes, como meta, respetar la planta primitiva, con su forma tradicional de cruz latina. Parece fuera de duda que la cimentación anterior y las paredes maestras no se desecharon y formaron parte del nuevo templo, representando su reutilización un ahorro para religiosos y patronos. Fue en la última década del siglo XVII cuando tuvo lugar la ampliación de la iglesia con la incorporación de las capillas del Humilladero y la Inmaculada, sufragadas ambas por el inquisidor y deán don Diego Vázquez Botello. Con esta importante obra perdió la planta del templo su equilibrio original, al crecer la nave de la epístola y permanecer intacta la del evangelio, pero se agrandó notablemente el espacio para las celebraciones litúrgicas. De esta época es la hermosa portada de piedra, que aparece fechada en 1689.

Esta iglesia es, desde el punto de vista artístico, una de las joyas de nuestra ciudad, no sólo por la belleza de sus elementos arquitectónicos sino por las numerosas esculturas, cuadros, pinturas murales, retablos, orfebrería, pasos procesionales y ornamentos sagrados que en ella se conservan. Fue declarada Monumento Histórico-Artístico en 1958.

Dos muralistas afamados colaboraron en la restauración del templo, emprendida en 1954: Jesús Arencibia, que decoró la capilla del Niño Jesús Enfermero y José Arencibia Gil, que pintó la capilla mayor y el coronamiento del arco triunfal.

Del insigne imaginero José Lujan Pérez posee la parroquia el retablo neoclásico de la Virgen de la Soledad y un conjunto excepcional de esculturas: San Pedro de Alcántara, San Juan evangelista, el Señor en el Huerto de los Olivos, San Pedro penitente, San Francisco fundador, un crucificado de sobremesa y las ocho efigies que decoran la urna del Cristo yacente.

En la imagen de la Virgen de la Soledad de la Portería, obra del siglo XVII, cuyo autor nos es desconocido, se centra el culto mariano de la parroquia. Es una de las advocaciones más populares de la ciudad; cuenta con una cofradía fundada an 1587 y por rescripto del Papa Juan XXIII fue coronada canónicamente en 1964. La Reina doña Sofía es su camarera honoraria.

De los muchos cuadros del templo destacan el del Niño Jesús Enfermero (siglo XVII); la Virgen del Pino y el retrato del maestro de capilla Diego Durón, ambos del siglo XVII, y otros.

José Miguel Alzola

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